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Periodismo Cara a Cara

Memorias de Reportero

Sismo en cobertura de Diálogos de Paz en Chiapas

Por Rafael González Correa

Iniciaba 1995 cuando una noticia estremeció al país: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) le declaraba la guerra al Estado Mexicano. En esa época, un servidor trabajaba como reportero en el área de información general de La Afición.

El Inicio de los enfrentamientos entre soldados del Ejército Mexicano y los zapatistas del EZLN lo viví a distancia, en la Ciudad de México.

El surgimiento de ese grupo rebelde, proveniente de varios municipios de Chiapas, como Ocosingo, Las Garruchas y Venustiano Carranza, sólo lo veía por televisión o en fotografías publicadas en medios de comunicación impresos.

El conflicto bélico no duró mucho tiempo, aunque sí hubo bajas de ambos bandos. Se recordará que el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, nombró a Manuel Camacho Solís como Comisionado para la Paz, con la medición del obispo de San Cristóbal, Samuel Ruíz García.

Un año después, cuando la beligerancia había terminado, entré a trabajar en la Agencia Mexicana de Noticias (NOTIMEX), donde en varias ocasiones me comisionaron para cubrir los llamados “Diálogos de Paz” entre el EZLN, los representantes del Gobierno Federal y los mediadores en el conflicto.

Un gran susto

En una de las giras a Chiapas ocurrió un hecho inesperado. El 20 de octubre de 1995, un sismo de 7.2 grados en la escala de Richter sacudió Tuxtla Gutiérrez y la región frailesca, cuya capital es Villaflores, lo que dio nombre al evento.

Un grupo de reporteros, entre los que recuerdo Guillermo Gómez, el famoso ”Gogo” de El Sol de México, Francisco Trejo de Televisión Azteca, Miguel Ángel Mazariegos (QEPD) de El Heraldo de México y Ángel Porras, de unomásuno, nos encontrábamos en el convento de Las Carmelitas en San Cristóbal, en un acto donde se debatía una serie de propuestas de solución al conflicto, que afectó a miles de indígenas de varios municipios de esa entidad del sur de México.

De repente escuchamos un fuerte ruido, similar al del paso de una pesada artillería de caballería, que nos hizo reaccionar y estar alertas. Uno de los periodistas gritó: “¡los zapatos se volvieron a levantar en armas!”, así les decíamos a los integrantes del EZLN.

Esta expresión nos puso en guardia, pero de la impresión pasamos al susto, pues se fue la energía eléctrica y todo se empezó a mover, era un terremoto oscilatorio.

Salimos veloces del convento con el “Jesús en la boca”. Tratamos de comunicarnos a nuestras redacciones para informar del hecho. Sin embargo, la tecnología no estaba tan avanzada. No había muchos celulares como hoy en día. Dependíamos de la electricidad. No había luz, era imposible.

Yo tenía la urgencia de enviar la información, pues en una agencia de noticias la rapidez y precisión en la información son elementos imprescindibles. Las buenas intenciones se quedaron en eso, en puro intento.

No nos quedó otra opción que ir a dormir al hotel Diego de Mazariegos, ya que ni el bar “Jaguar” (que le decíamos “Gatito”) estaba abierto, pues cerraba a las 12 de la noche y a partir de esta hora ya no había más servicio ni venta de alcohol, elemento indispensable para la labor periodística.

Afortunadamente tuve el apoyo del entonces director de NOTIMEX, Jorge Medina Viedas y de mi jefa, Rocío Santana, quienes estaban preocupados por mi integridad física y la del corresponsal de la agencia, Enoc Hernández, quien tampoco sufrió daño.

Al siguiente día nos trasladamos al pueblo de San Andrés Larráinzar, donde se realizaban los “Diálogos de Paz”. En este evento ya no se encontraba el ex jefe del entonces Departamento del Distrito Federal (DDF) y ex canciller, Manuel Camacho Solís.

Para nuestra sorpresa, las torres de la iglesia de San Andrés se habían derrumbado, así como otras, pero de alta tensión, por lo que varias zonas seguían sin energía eléctrica. Prácticamente estábamos incomunicados.

En el pueblo era día de tianguis y, para ese entonces, todavía se practicaba el trueque. Pobladores de otros municipios intercambiaban hortalizas, legumbres, animales, por otros productos. Algunos se dedicaban a la vendimia de alimentos, como carne, que colgaba de los puestos y arrastraba hasta el suelo, por lo que se embarraba de lodo. Pese a ello, era codiciada.

Nuestro desayuno, en una humilde vivienda, consistió en huevos con chorizo, frijoles de la olla, café y tortillas hechas a mano. Un verdadero manjar después del pánico por el sismo.

Recuerdo que esperamos en la plaza del pueblo a que salieran los asistentes a los diálogos de San Andrés, pues eran a puerta cerrada, cuando Gogo llegó con un racimo de plátanos y una bolsa de cacahuates, para botanear y pasar el rato.

Ese mismo día, por la noche, los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) repararon las fallas y tuvimos energía eléctrica, lo que nos permitió reportarnos a nuestras casas y centros de trabajo, así como mandar la información. Unos, que éramos más, por teléfono, otros por fax y algunos por las rústicas laptop.

Un grato recuerdo. Afortunadamente, en ese sismo, no hubo pérdidas de vidas humanas, sólo daños materiales… y un gran susto.

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